Desde los recuerdos de la infancia hasta la riqueza visual que impregna el paisaje mexicano, el concepto de lo kitsch ha tejido su presencia en nuestras vidas de maneras sutiles pero profundas. Muchas veces, esas conexiones pasan desapercibidas, hasta que los olores, las figuras y los momentos desencadenan una epifanía sobre su verdadero significado. Así es como, a lo largo del tiempo, hemos llegado a comprender la esencia de lo que alguna vez creímos que era simplemente “algo cool”.
Recuerdo vívidamente una visita a mis primitos en el invierno de mi niñez. Mi tía se encontraba adornando con esmero una imagen de la Virgen de Guadalupe en honor a su día. Sobre la mesa yacían lentejuelas y alfilerillos, instrumentos con los que decoraba la imagen que más tarde montaría en un cuadro de madera dorada. Sin que lo supiera en aquel entonces, esta experiencia sembraría en mí un lazo con el kitsch, una conexión que perduraría a lo largo de mi vida.
Explicar con palabras propias el significado de este concepto artístico resultó ser un desafío, por lo que recurrí a diversas fuentes en línea para construir una definición completa. El kitsch, según lo que pude recopilar, es una imitación estilística de formas históricamente prestigiosas o de elementos característicos de la alta cultura moderna, ya aceptados socialmente y consumidos estéticamente. En México, el término suele aplicarse al mundo del arte y, a menudo, se utiliza para describir obras o eventos que exhiben características vulgares o de mal gusto, pero que poseen una valoración artística, o al menos, una valoración positiva.
Este concepto se ha arraigado en la cultura mexicana de maneras únicas. A menudo, se refiere a objetos decorativos populares, como las servilletas bordadas para quinceañeras o las figuritas de ángeles que llenan los anaqueles de nuestras abuelas. Esta expresión de lo kitsch se entrelaza con las costumbres mexicanas y ejemplifica lo que podría considerarse como el “Kitsch Mexicano”.
La palabra “kitsch” probablemente tiene sus raíces en el arte producido en Alemania durante las décadas de 1960 y 1970. En la actualidad, es común escuchar a las nuevas generaciones utilizar este término para expresar opiniones sobre obras de arte, películas y moda. Los objetos kitsch más distintivos son aquellos producidos en masa por empresas, como los payasos llorones, los jarros y metates de barro, los perritos rosas de porcelana o incluso un gigantesco chocolate adornado con un moño violeta. Estos objetos singulares se han convertido en un punto de partida para diseñadores, decoradores y artistas, cuya labor puede impregnar esta expresión popular con un sentido crítico.
En México, lo kitsch se manifiesta como una forma de expresión artística inconsciente. Tomemos, por ejemplo, el icónico festejo de los 15 años, una transición crucial de niñez a adultez que se celebra con extravagancia y originalidad. En el Parque México de la Ciudad de México, una quinceañera vestida en tonos rosa posa coquetamente para una foto, mientras que sus acompañantes la observan con timidez. Los pasteles multicolores, los lazos y los moños en colores llamativos, y la abundante brillantina son solo una pequeña muestra del decorado excesivo que se convierte en un festín para los sentidos.
Esta celebración de los 15 años es un verdadero ejemplo de lo kitsch en su máxima expresión. Con una combinación de lo vulgar y lo bello, esta estética audaz se caracteriza por la exuberancia de los destellos luminosos. La buena y la mala elección estética se entrelazan de manera inseparable en el mundo kitsch.
El término “kitsch” encuentra su origen en el término alemán “yidis etwas verkitschen”, que hace referencia a una pieza artística considerada una mala copia de un estilo ya existente. En torno a esta tendencia, los colores llamativos abundan, junto con accesorios de plástico de carácter llamativo, y telas que imitan la seda, el raso o incluso la piel.
Paola González, una talentosa fotógrafa y autora del libro “México Kitsch”, comparte su perspectiva sobre este fenómeno. Para ella, el kitsch representa una estética fallida que a menudo da lugar a reproducciones económicas. Sin embargo, en contraste con otras regiones, México ha tropicalizado esta estética de manera única, otorgándole dimensiones adicionales. Aquí, el kitsch es inconsciente, inocente y auténtico en su naturaleza.
Las páginas de “México Kitsch” revelan una mirada sin filtros a este singular mundo. Las imágenes capturadas de manera espontánea, sin intervención tecnológica, añaden un valor adicional a la obra: la autenticidad. La estética kitsch en México se manifiesta de manera inconsciente, plasmada en objetos que quizás carecen de sofisticación, pero que destilan un encanto irresistible.
Este enfoque estético también encuentra su hogar en el colectivo artístico “Las Pokiankitsch”. Con una trayectoria de más de nueve años, este grupo nació en el puente Guadalupe-Reyes, en el norte de la Ciudad de México. Aquí, en un espacio de convergencia de diversas tribus urbanas, las mentes creativas detrás de Las Pokiankitsch concibieron una forma de expresión que abraza la poesía urbana, la rebeldía y la creatividad.
Una de las componentes del colectivo, Diana ‘Pokiankitsch’, describe su misión como la de mostrar la esencia más kitsch de la vida en la Lagunilla, un mercado de antigüedades emblemático. Su trabajo se adentra en lo extravagante, y su última exposición en el Museo del Chopo de la Ciudad de México incluyó una instalación interactiva en forma de un corazón gigante que exploraba las profundidades del amor y el desamor. Esta pieza va más allá del mero mal gusto y evoca el sentido del humor y la fascinación inherentes a lo kitsch.
La fascinación por lo kitsch se extiende incluso a los cementerios de México, donde las tumbas adoptan tonos rosados llamativos. De hecho, en el país azteca, la estética kitsch es parte integral de la cultura popular. Esta rica tradición visual, caracterizada por la abundancia de colores y la creatividad desenfrenada, se une a la necesidad de vender, generando una amalgama única.
En lugares como Tijuana, la influencia de la vecina San Diego se refleja en un contraste distintivo. Cientos de vendedores ofrecen objetos que oscilan entre lo grotesco y lo elegante, en busca de un equilibrio peculiar. La profesora de literatura Diana Rosas destaca que “en México, casi todo es surrealista o feo, pero juntos resultan en un color peculiar y fascinante”. La población mexicana se enorgullece de llevar atuendos poco convencionales con confianza y orgullo.
Desde una perspectiva más amplia, México es sinónimo de exceso en todas sus formas. El kitsch, con su combinación de lo excesivo y lo fascinante, puede verse como una manifestación de este temor al vacío, una respuesta audaz y llamativa a la vida misma.
En última instancia, lo kitsch en México es más que una simple expresión artística. Es un testimonio de la conexión inconsciente que tenemos con objetos, estilos y tradiciones desde nuestra más tierna infancia. A través de la lente del kitsch, vemos cómo lo vulgar se fusiona con lo bello, cómo lo extravagante se convierte en algo atractivo y cómo lo auténtico trasciende las fronteras del buen y mal gusto. En la obra de arte kitsch, encontramos una celebración de la originalidad en su forma más pura y una expresión de la vitalidad y la diversidad de la cultura mexicana.